Hace años, cuando la juventud llenaba todo mi cuerpo, establecí un rito navideño que recuerdo con nostalgia. No era en Nochebuena, que la gente en Granada no celebra con énfasis, era la Nochevieja. Es tan festivo como el de Navidad y la ausencia de transporte público procura esa experiencia agradable de pasear por la ciudad desierta.
Alquilaba un apartamento del tiempo de Maricastaña en una casa rural, que tenía un gran encanto bohemio y además un notable desnivel en el piso y maderas que crujían con estrépito a nuestro paso. Tras el banquete y la larga sobremesa, nos abrigábamos bien y salíamos a ver el jolgorio que emanaba la gente tan llena de alegría.
Parece ser que nuestro cuerpo, queramos o no, sabe que es Navidad, sabe que se acerca el Año Nuevo, y sabe que, pese a todas nuestras resistencias, es hora de hacer un recuento final y comenzar el año que entra con algunas cosas cerradas.