No es fácil escribir, y aún menos, si se trata de hacerlo sobre algo tan peculiar como son las fiestas navideñas de GRANADA.

Cuando se va a escribir  sobre lo que se ha vivido, se descubre que hay que seguir viviendo años y más años para poder saborearlo de manera digna y eficaz. Pero cuando se dispone uno a escribir de la NAVIDAD resulta que el corazón palpita de forma especial. 

Camino por las calles que tanto amo, sabiendo que todas las calles son diferentes, pero siempre vuelvo al punto de partida, después de múltiples cambios, recovecos e ilusiones. Son calles llenas de tantos recuerdos que me abstraen, recorriendo los rincones que me retrotraen años atrás, pero embozado en mis nostalgias.  Ahora bien, hoy llevo un rumbo definido buscando el lugar marcado por el ayuntamiento para dar la luz navideña que iluminarán la ciudad por estas fechas. 

Por estas calles ya llenas de luz,  se oyen voces alegres, que son ahogadas por el crujir de los enfriados árboles que se deshojan ya secos de lágrimas lluviosas. 

Todas las calles granadinas tienen recorridos múltiples, pero que sólo hace falta saber elegirlas adecuadamente para llegar bien a un belén, maravillado de imágenes navideñas, que reclaman mis recuerdos y mi activan rápidamente mi presente. 

Ya en casa, abro la ventana de mi dormitorio para que entre el frío de la tarde, y allí en la lejanía encuentro, aún abandonadas, las hojas secas esperando inmóviles las manos del ambiente navideño que les de calor. También, veo las casas que están insolentemente iluminadas con ridículos rayos solares, con pájaros que vagan sin sentido buscando un pastorcillo que les adormezcan.