Esperamos un día luminoso sobre la pista callejera, y así, los disfraces más variopintos desafían a un sol que, por común ya, ha dejado de ser impropio. Los padres van y vienen animosos, con las pequeñas ilusiones de la vida, con los dolores de antes de ayer pegados a los huesos, con las ropas llenas de faena. Y esas verdades que están hoy apartadas en los rincones de las almas, volverán de nuevo a apoderarse de las rutinas de la fiesta.
El Carnaval no es más de lo mismo; sino más bien al contrario, porque sobrepasa con mucho en solera y antigüedad a sus presuntos competidores, por la vinculación al calendario religioso, la singularidad sin parangón de sus disfraces, el ademán lúdico y burlesco ante el orden establecido, poniendo en solfa sus respetabilidades sin dejar títere con cabeza. Todo ello en clave humorística de bullanga y alegría, involucrando en el rollo a todo el vecindario: niños, jóvenes, mayores, abuelos y, como antes se decía, militares sin graduación.
Arraigada esta tradición en una fiesta de origen pagano, cada año se renueva la ilusión y la alegría en numerosos lugares de Granada por vivir esta costumbre.
Es el caso de municipios como Alhama, Loja o las comarcas del norte de la provincia. A la alegría de sus calles, se suma a la tranquilidad de sus caminos y de los campos dormidos en el frío invernal.